Boicot
Así es, establecí un auto-boicot. Una forma cruel de romperse, cuando costó tanto tiempo recuperar algo de la alegría que se perdió en el tiempo y que ahora la domina un cáncer terminal.
Era legítimo que yo esperara, que quisiera que esa idea neurótica de familia que repta como un parásito en mi mente, pudiera rearmarse para ser indestructible y enfrentar juntos la vida que nos quedaba. Era legítimo. Incluso aunque todo eso significaba renunciar a la pasión, a la búsqueda de esa persona excepcional que despertara mis sentidos con una mirada, con una palabra, tal como en alguna vez lo hizo aquel que dejé partir para aventurarme en una historia que parecía tan tierna, tan llena de esperanzas, pero que se transformó en una pesadilla de la que no he podido escapar, aun estando despierta.
Era un tipo cualquiera, hasta que un día decidí mirarlo con otros ojos. El problema es que vi a otro, muy distinto del que en realidad era. Como a un muñeco de papel, lo vestí con las prendas que lo convertían en el hombre para mi y deposité en él todos mis sueños, le entregué el frágil timón de mi nave para que la condujera por el océano de la vida, y ese fue mi error. Naufragamos.
Y en ese naufragio fui despojada no sólo de esas ilusiones, sino que de mi barco. Arrojada en una playa solitaria, con una herida tan grande que a veces no se soportaba, y así estuve mucho tiempo, dolida, sin esperanzas, inmóvil.
Hasta que una mañana soleada sentí que debía levantarme, que podía construir, que tenía razones para hacerlo y de a poco fui recogiendo lo que quedaba de mi para componer un ser humano, si bien no en plenitud, pero capaz de volver a creer. Y levanté una pequeña fortaleza donde brotaron canciones, risas, juegos y todo parecía florecer.
Y así de tanta felicidad bajé la guardia. Se me olvidó esa noche en el Hospital cuando mi niña quedaba ahí y no recibí ni una mirada piadosa. Se me olvidó eso y muchas cosas más para encontrarme acudiendo a una muerte que no me pertenecía, abriendo las puertas de mi casa para brindar un desayuno amistoso, un almuerzo familiar, un paseo; me vi compartiendo mis reflexiones más profundas con alguien que sólo puede apreciar a una vulgar compañera de parranda, sucia, pútrida, manoseada por el jefe, sin pudor, incapaz de corregir su propia idiotez, falta de crítica, vacía, puerca.
"Hasta donde debemos/practicar las verdades". Suena una canción de Silvio Rodriguez. Es increíble como en la música y en los libros podemos encontrar respuestas a preguntas que nos hacemos a partir de esos descubrimientos afortunados. Hacerse preguntas puede resultar un ejercicio fácil, pero indagarlas es un acto de lucidez. Y todo en este último tiempo no ha sido más q respuestas a cosas que tardé demasiado en preguntarme. Siempre estuvo todo ahí, colgado en las paredes de la casa, en los armarios, en los sillones, en los pasillos. Todo es respuestas.
Cuando sentí la alerta era demasiado tarde. Me hice parte de un juego absurdo donde yo solo podía perder. A veces hay que ver y saber ciertas cosas para poder purgar. Hace unos días vi y supe lo suficiente para provocar un poderoso vómito, no sólo poético, sino literal. No soporté lo pútrido, no soporté el silencio cómplice, y no he hecho más que vomitar. Y este vómito de preguntas sólo se hace más grande con las respuestas que voy encajando en él.
Vi a otro. Esa es la respuesta a todas las preguntas que llevo años haciéndome. Y esperé realidades que la persona real era incapaz de crear, porque su mente y corazón son estrechos, limitados, y buscan su reflejo frente a otra realidad parecida, sólo pueden acompañarse de vacío, de risa fácil, de un cuerpo que se ofrece para él y para cualquiera, que no lo avergüence, que pueda mostrar a sus amigos y fotografiar para verlo a cada momento, que esté disponible para emborracharse sin tener q despertar al otro día para preparar el pan del desayuno de sus hijas. Y no busca más que eso.
¿Cuántos en el mundo hemos cometido el mismo error?
Hoy no hay nada más que ver, que saber. Mientras él contamina mis caminos más preciados arrastrando a su purulenta fuente de placer, la misma que lo acompaño a celebrar el día que abandonó la casa, yo decreto para mi otra realidad.
No se puede buscar nada en el vacío. No se puede esperar nada de quien no tiene nada que entregar. El vómito se encargará de desaparecer este odio que no conduce a nada, las lágrimas que mojan la herida. Incluso se podrá llevar esa persona que construí del dolor, que hoy tampoco quiero ser.
Yo decreto para mí un presente y un futuro, donde no caben las cosas pequeñas ni egoístas, porque me corresponden cosas grades. Y vamos a ordenar la casa, a pintarla de colores, a abrir las ventanas y las puertas para que entre el ser excepcional, y no nos conformaremos con menos. Y saldré a buscarlo como ellas quieren. Y le preparé una cena y amasaré el pan cada mañana para su desayuno.